Regalaba sonrisas y pedia monedas. Aunque me parece que las sonrisas eran gratis, le dieras o no las monedas. Esta chica tenia algo. No era una soldado más de la legión de tristes caras de niño que sobreviven bajo tierra, pidiendo en los subtes. No era una más, ella no. Creo que ya no le importaba si le dabas una o dos monedas (o quiza un gran billete si la mano venía favorable...). Hasta parecía divertirse haciendo lo que hacía, como si estuviese jugando... Como si a la vuelta de la linea B la esperara una casa calentita con mucha comida en la mesa y sabanas limpitas en la cama. Como si ese "trabajo" que realizaba fuera un juego... Todavia no logro definir si esta niña jugaba a pedir, o pedía jugar...
No le di monedas. Me parecía insultar su juego. Me haría parecer -en mi mente- como un padre gritándole a su hija que no juegue más y que haga la tarea. A cambio de sus sonrisas le regalé una mía, y unos caramelos que tenía en la mochila. Ella me devolvió otra sonrisa y le quedé debiendo...
Cambió de vagón, pero el juego continuaba. Yo volví a calzarme el auricular en la oreja y seguí mi viaje, tan igual al de todos los días, pero tan distinto gracias a ella.
(tengo que comprar más caramelos, a ver si vuelvo a encontrarla y puedo saldar una parte de mi deuda...)
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1 comentarios:
encantador relato...tuve sensaciones similares al ver reir a un niño...desde alli pense que nada es mas gratificante y placentero que la carcajada infantil...
jèsica, san luis
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